lunes, 10 de noviembre de 2008

( 1 )

Hija.
Ven aquí.
No; no voy a regañarte.
Por favor, entiéndeme: cuando sentimos el peso de la vejez sobre nuestras espaldas, los padres solemos aburrir a nuestros hijos con larguísimos discursos acerca de la vida y la muerte, lo pasado y por venir; de esto y aquello que creemos o más bien sentimos que debemos decirles.
Y no es que queramos simplemente que nos presten atención por un rato; no. Es más que un impulso, es como una necesidad de tomar los frutos de nuestras vidas y de algún modo transpasarlos a las vuestras.
Así que te ruego que me tengas paciencia y escuches y comprendas que mis palabras son a la vez un anhelo y una plegaria. Un regalo para ti y un premio, debo confesar, para mí.
Mis palabras, te lo he dicho, no pretenden sino convertirse en parte de ti; y no te pesarán en tu camino, al contrario, encontrarás en ellas la manera de acortar el camino difícil; Alivianar la cuesta; evitar caídas...
Así, de una manera diáfana como la aurora y al mismo tiempo, concreta como la caída de la nuez madura, una parte de mí burlará mi condición mortal en este mundo y cuando mi cuerpo ya haya vuelto a la tierra y mi vida al Gran Espíritu, mi experiencia irá contigo. Y más tarde, sumada a la tuya, viajará a la vida de tus hijos...
Y entonces, cada uno de nosotros formará parte de un gran espíritu familiar que renacerá constantemente en este mundo, para gloria del Gran Espíritu y renovación de la Naturaleza.
Nuestro mutuo amor, hijita, es una fuerza natural como lo es la furia repentina de la tormenta cuando azota estas montañas o el persistente ímpetu del río que ruge allá abajo.
Nuestro amor nace mucho antes que nosotros, en la brumosa oscuridad de mis primitivos antepasados y seguirá renaciendo más allá de nosotros, alejándose hacia la aurora de tus descendientes...
Pero llegará el día ¡Y escúchame bien! Porque de seguro que llegará ese día en que te enfrentarás ineludiblemente a un problema o peor aún, a un peligro y tu primera acción deberá ser apartar de ti la rabia, el miedo y la confusión...
En ese instante, darás un profundo respiro y aquietarás tu interior...
...Así...
... Y cuando escuches a tu corazón, notarás que junto a tus propios sentimientos late nuestra fuerza espiritual y detrás de tu inteligencia resuena la sabiduría de nuestros ancestros.
Nuestro amor, recuérdalo bien, hijita mía, es nuestra fuerza evolutiva; la que nos mantiene, como especie, vivos sobre el regazo de nuestra Madre Tierra.
-...Pero... Tú y yo no somos de la misma especie.
-Eso no importa; yo te estoy criando y debo transmitirte mi poder. Después puedes usarlo como mejor te parezca.
¿Comprendes?
-Mmh... sí; comprendo.
-Bueno; no te aburro más. Anda a jugar...

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