domingo, 16 de noviembre de 2008

( 2 )

-¿Sabes? Anoche soñé contigo.
¡Qué emoción fue verte!

Si mi corazón casi no me cabía en el pecho.
En mi sueño era bien, bien de mañana y yo volvía después de muchísimo tiempo de ausencia. Venía cansado de tanto andar y andar, aburrido de tantas malas cacerías.
Tú venías por esta misma senda de vuelta encontrada y me dijiste ¡Hola! Como si nada, como si no nos viésemos desde la noche anterior. Me volviste a mirar de reojo y no pareciste muy sorprendida de mi vejez. Mi pelaje, otrora azul, había recibido muchas ventiscas y la nieve acumulada ya no lo abandonaría más.
Mis ojos incrédulos te recorrían sin sosiego. Estabas igual que ahora, mi vida. Y yo estaba tan viejo...
¡Y claro! La verdad es que los padres siempre ven a sus hijos como si fueran cachorritos. Nos resulta tan difícil dejar de actuar como si aún criáramos cuando vosotros ya habéis alcanzado la madurez. Olvidamos, sin querer, que sois individuos que deben aprender a vivir sus propias vidas.

Pero es a propósito que olvidamos que hemos recorrido a menudo nuestros caminos a punta de errores, a veces garrafales y aún así hemos salido con bien. Lastimados pero fortalecidos.
Olvidamos las veces que fuimos imprudentes y queremos creer que siempre tuvimos la estatura que tenemos ahora.
Yo mismo he desafiado a los elementos y enfrentado a otros muchos animales feroces.
Ciertamente en muchas ocasiones lo hice llevado por la necesidad y la exigencia de tal ocasión; en otras tantas oportunidades me sentí obligado por nuestras leyes.
Pero no faltó la vez que quise saber de mí y probarme; más aún, demostrarle a los otros quién era yo.
O más bien quién creía ser yo.
Así, pues, debo reconocer que he vivido por mí mismo mi vida, pero ¿Mi hija enfrentando los peligros de la Naturaleza?¡Horror!
¡Mi corazón corre tras ella para protegerla!
¿Alguna bestia infeliz se atreve a cruzarse malamente en su camino?
Grrr...¡Le temblará hasta el alma al reconocer el contenido de mi aullido furioso...!
Y ahí estabas tú a mi lado, mi chanchita, con tus ojos llenitos de niñez, conversándome de las frambuesas, de los osos, de los peces en el río y de los coleópteros de colores.
Y ahí estaba yo, un lobo viejo con los huesos cargados de vida y de invierno, mirándote embelesado sin comprender del todo la situación...
Ahora veo claro lo que el sueño me dijo: que tu madurez e independencia son cuestión de tiempo y es deber de mi corazón el saber librarte a tu destino.
Todo esto te lo digo para que no te enfades conmigo cuando mis aprensiones te sofoquen y te hagan sentir acorralada: es mi amor que me enceguece y a veces me vuelve torpe.
-No te preocupes; no lo olvidaré.
-Ningún lobo podría tener una hija mejor que tú.
-Sí, eso ya lo sé ¡Jí, jí, jí...!

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